viernes, 23 de noviembre de 2007

Job es uno de los cinco libros de poesía que componen el canon bíblico. Esta pieza literaria fue incluida dentro del canon más que por la veracidad de sus hechos, por la hermosa revelación del carácter, soberanía, poderío y voluntad divina.
En esta ocasión nos detendremos a observar parte de la historia y trataremos de analizar desde el texto algunas de las aristas del propósito de Dios en el hombre.

La buena vida de Job

En el primer capítulo, entre los versos 1 al 5, no cuenta y magnifica la “bendita vida” de Job, ¡lo tenía todo!, siete hijos, tres hijas, hacienda con 11.000 animales y muchísimos criados, según el relato era el hombre más importante de todos los orientales. No obstante, el primer verso parte describiéndolo como “un hombre perfecto, justo y recto, temeroso de Dios y apartado del mal”; aún más, la Biblia señala que tanto era su temor a Dios y su amor por su familia que ofrecía sacrificios de expiación no sólo por él, sino por cada uno de sus hijos (V5).
Al parecer, era una familia muy unida, los hermanos celebraban fiestas e invitaban a sus hermanas, el padre se ocupaba de que su familia llevara una vida agradable a Dios y ejercía el correcto sacerdocio del padre de familia que agrada a Dios. Su esposa no ha sido nombrada, no porque no la tuviera, sino porque en este circulo de felicidad y buena voluntad para con Dios ella más bien ocupaba un rol pasivo, pero no la vamos a molestar ahora porque tendremos un buen rato para dedicarnos a su actuar más adelante.
Muchas veces nos encontraremos en la vida con personas que gozan con algunos de estos atributos (o todos ellos a la vez… genial), o quizá usted lector, o yo, hemos podido experimentar en algún momento la satisfacción de una “buena racha”, pero quiero refrescar desde esta perspectiva el primer principio divino de vida extraído del texto en esta primera parte: DEPENDENCIA.
A pesar de todas las ventajas comparativas que podemos encontrar en la vida de este hombre, hay una que debiera ser digna de imitar: siempre mantuvo una relación de dependencia con Dios. Aunque aparentemente no tenía necesidad alguna, estaba siempre pendiente de hacer lo correcto ante los ojos de su Señor. Es muy obvio que en los tiempos de crisis no acerquemos y busquemos a Dios, recuerdo el terremoto del 1985, era niño y estaba en la iglesia, no había en ella mas de 10 personas; a la semana siguiente no cabía nadie en el templo, la gente se agolpaba buscando la voluntad de Dios en tiempo de crisis; un slogan nacional rezaba “para un mundo en conflicto, la solución es Cristo”, pero… ¿y si no hay conflicto?... la respuesta en este libro dice que sigue siendo Cristo.
Job dependía ciegamente de Dios, no importando su vida sin necesidades o con ellas, con o sin conflicto, su dependencia era absoluta.


¡Cuidado, viene la señora envidia!

Con mis amigos disfrutábamos mucho jugando fútbol o aquellos juegos de comando en la calle en la que vivía cuando niño, sin embargo cada vez que el juego se volvía mejor y venían otros niños a jugar con nosotros, una vecina salía a regar justo en la parte en donde estaba la acción… la señora envidia, le cargaba ver a los niños felices.
Con el correr de los años me he dado cuenta que el antagonista de la felicidad no es la tristeza, porque a veces el entenderla nos da gozo, sino que es la envidia